Y EL DAÑO FUE MÁS GRANDE
Aún recuerdo mi primer año en la universidad. Esos días aquellos, cuando me gustaba hablar de política y no podía comprender a quienes no la encontraban algo importante, más aún, a quienes llamaban a no votar en esas elecciones presidenciales. Sentía que el hecho de no ir votar era excluirse de la responsabilidad en superar tantas necesidades de los más vulnerables de Chile; la política, era la mejor forma de hacer algo por mi país y por su gente, ahí estaban los recursos y las ganas de trabajar por otros de forma permanente y dedicada.
No me avergüenza que haya sido tanta mi ingenuidad al respecto, porque la tuve en variados otros ámbitos de mi vida; tampoco es que hoy exista en mí una suma claridad respecto a cómo se mueve el mundo, pero ya no me espanta la injusticia, la podredumbre de la ética de los políticos chilenos, está claro, que hoy se volvió la regla y eso es digno de encolerizar a la gente, a esa gente interesada en que su país mejore y que hoy está segura que las cosas no se hacen lo suficientemente bien con sus recursos, ni siquiera de una forma aceptable.
Tanta gente interesante que he podido conocer a lo largo de estos pocos años, que daría todo por un trabajo increíblemente reconfortante como aquel en que, parte de la paga, son las sonrisas de aquellos a quienes se logra ayudar. Esas personas que se pierden en el mundo privado, que de por sí, nada tiene de malo, pero que, sin embargo, resta tanto a que las necesidades de Chile se vean solucionadas al no lograr tentar efectivamente a los profesionales competentes de las más diversas áreas del conocimiento, los cuales se requieren para el desarrollo de proyectos de alta calidad. Chile se merece lo mejor.
Y es que ya no busco alcanzar la justicia, si no restar injusticias, día a día. No me interesa verme un sólo segundo relacionada con el mundo político, porque en él, el lenguaje se ha vuelto único y no quiero aprender el lenguaje de la corrupción ni del cohecho. Y me da por pensar, que tantos de esos políticos, que fueron criados en buenas familias, parte importante de ellas católicas, con acceso a la mejor educación en Chile y en el extranjero, hoy están tan deformados en su ética que llegan a establecer prácticas a todas luces atentatorias a la probidad, estimando completamente normal su actuar. Parece ser que la mejor defensa y la más típica es que el otro también lo hace, y el otro y todos los otros. Un secreto a voces entre políticos, claramente, jamás revelado a los ciudadanos.
Pero es que, es tan simple como que son ellos, políticos tan bien relacionados, quienes tienen en sus manos el futuro de las generaciones, principalmente las más vulnerables. Existe urgencia en múltiples materias: La educación pública es extremadamente deficiente en un contexto general; la salud pública, estructuralmente no da abasto, debiendo los funcionarios trabajar con recursos tan limitados que llegan a poner en riesgo a los propios pacientes; la mala calidad de las viviendas sociales que se están entregando se transforma en un futuro problema para los adquirentes, porque con los años se caen a pedazos; el transporte público vulnera los derechos de las personas a diario al no brindar un mínimo -bastante mínimo- de calidad en el servicio; las cárceles se han convertido en antros tan denigrantes que son las mejores escuelas del delito y lugares deformadores de la conducta y de los hábitos, dando muy poco espacio a la reinserción y incrementando el problema de la delincuencia; las mujeres aún no vemos señales claras de parte del gobierno que busquen acabar con tanto abuso en nuestra contra, no es posible que exista tanta violencia contra la mujer escondida en los hogares más pobres, donde el dinero mueve a no alzar la voz, por favor no más femicidios, que se eduque fuertemente en la igualdad de derechos dando señales claras y efectivas.
Me indigna tanto que se le reste importancia a los abusos cometidos durante el gobierno militar y así, de la misma manera, me indigna que los políticos de aquella época, que tan patente tienen ese tiempo en sus memorias, se presten para suciedades tan impecablemente vestidas cuyo único efecto es transgredir profundamente los derechos humanos de los más pobres, día a día, en cada aspecto de sus vidas, por hacer las cosas mal, cómodamente y recibiendo un buen sueldo.
Lo digo fuerte y claro, no más. Que lo que hagamos día a día, en cualquier ámbito, repercuta en que las nuevas generaciones no vean mermado su deseo de servir y no se golpeen al conocer el mundo público contra la pared de la burocracia, de la mala gestión y de la ambición desmedida, llegando al punto de que se rompa su deseo de ser parte de la actividad lucrativa más reconfortante que es servir al prójimo con el trabajo.